Carta de Francisco Ayala a Eduardo Mallea (22/07/1957)
22 de julio de 1957
Sr. Eduardo Mallea
Unesco
París
Querido Eduardo:
En estos días ha llegado Nina mi hija a pasar unas pequeñas
vaciones [sic] con nosotros en el
trópico, y me traía tus libros, de los cuales he leído inmediatamente el
voluminoso Simbad. Quiero apresurarme
a comunicarte algunas reflexiones que esa lectura ha suscitado en mí.
En primer lugar, la palabra “voluminoso” apunta ya a ciertas
consecuencias de carácter estético. Desde hace algún tiempo vengo fijándome, y
hasta he señalado, con referencia especial a la arquitectura, el papel que
juega el tamaño de la obra en el conjunto de sus valores artísticos. La
intuición más viva de ello la tuve frente al Perseo de Cellini, que a pesar de su
tamaño efectivo y de su perfección, es una obra de orfebrería agrandada. Dentro
de este orden de pensamientos, me parece que Simbad responde bien en sus proporciones a la magnitud de la
concepción, que pretende, como en toda buena novela, encerrar dentro de una
estructura comprensible nada menos que la vida humana en alguna de sus
manifestaciones. Esa estructura para el Simbad
está lograda con admirable resultado, y con una gracia literaria única al
descubrir el protagonista que él es Simbad mediante esa casual y estupendamente
verosímil manera de saludarlo quien no recordaba en aquel momento su nombre. Es
una especie de nominación de Jacob, que descubre un destino y lo hace
manifiesto. Todo lo que la existencia tiene de frustración en la realización y
de fracaso en el éxito está recogido en tu libro, con un aliento épico, pero
con ciertos acentos de elegía que corresponden a la exigencia espiritual del
género novelístico y de nuestro tiempo.
A propósito de tiempo: observo que el decurso temporal de la
novela está fijado con toda precisión, pero sin que haya intenciones
especiales, como en otras novelas tuyas, de apoyarse principalmente en las
circunstancias, sino sólo como un marco para situar el desarrollo o los
desarrollos biográficos que sobre todo interesan. De cualquier modo, ese marco
está ahí, existe, y cada uno de los personajes nos está hablando con su
presencia de un determinado ambiente social y de una acontecer histórico bien
concreto. Me parece que este papel se lo atribuyes de modo personalísimo a
Ruco, ese formidable personaje, que define sus orígenes “hablando fino” y hasta
francés. Es un prodigio de observación y de caracterización. Lo único que me
molesta (pero esto nada tiene que ver con los juicios literarios) es que sea
tan simpático, porque después de todo es un peronista a nativitate, y el único que aparece en el libro. Involuntariamente
lo he comparado con mi porteño Vatteone de “El encuentro” que, sin dejar de ser
humano, creo, resulta razonablemente odioso. Pero, como digo, estas apreciaciones
pertenecen a otro plano que el literario, donde tu personaje es un rey.
En resumen, el libro es, a mi parecer caudaloso, rico y muy
logrado, de modo que ocupa el puesto que le corresponde en la serie de tu
producción.
No quiero dejar de referirme a él son llamarte la atención
sobre un pequeño desliz, una tontería, pero que vale la pena quizás de que
repares en ella, para futuras ediciones, sino es que yo me he ofuscado como
lector y me equivoco; pero me parece que el Dr. Villa de la página 632 es un revenant, ya que había muerto en la
página 525. Si no estoy equivocado, sería un accidente curioso, de los que está
llena la historia literaria. Cuando me escribas, no dejes de hacer alusión a
este punto que me resulta curioso.
Yo, por mi parte, concluí la novela en que estaba
trabajando, y se la he enviado a López Llausás. Ha quedado un librito de 200
páginas o poco más; y según suele ocurrir, y quizás sea sano que ocurra, ya no
me gusta nada. Tampoco me gusta el título que le he puesto, y tengo la esperanza
de que se me ocurra otro antes de que se publique. Vacilé entre “El fondo del
vaso” y “Muertes de perro”; y este último me pareció más a tono, sin
satisfacerme en absoluto. ¿Qué dirías tú acerca de ello, sin previa lectura de
la novela?
Habrás visto publicado mi artículo sobre el problema de la
Universidad. He recibido muchas cartas de Buenos Aires, y cartas de gente
considerable, encontrando plausibles mis posiciones. Por supuesto, los que
piensan de otro modo no suelen escribírselo a uno; pero de todas maneras creo
que el artículo se ha discutido y fue una pequeña sensación, no precisamente en
el sentido de la famosa petite sensation. Si yo fuera quien tuviera a mi cargo el
diario, no temería tanto el publicar cosas vivas, aunque de vez en cuando fueran
disparatadas, pues el disparate es un riesgo que vale la pena de correr, mejor
que sucumbir a la arterioesclerosis. El país está en momentos muy delicados, y
yo sigo siendo enormemente optimista a juzgar por lo que veo, oigo y me
escriben, no obstante reflejar todas las cartas desconcierto y preocupación
grandes. Las ilusiones fáciles del comienzo no podían durar mucho, y es bueno
que se hayan desvanecido y que la gente tenga que roer la desagradable
realidad, única manera de que llegue a ser un poco menos desagradable, y como
quiera sirva de alimento, ya que las ilusiones alimentan menos que los
mendrugos duros.
Bueno, termino esta carta enviando de parte de ambas Ninas,
y de mi parte también, muy cariñosos saludos a Elenita, y para ti un abrazo de
tu viejo y fraternal amigo,
Francisco Ayala.-
Francisco Ayala
FA /cvr
P.D. Ya sabes que, a partir de la primera quincena de
septiembre mi dirección es:
Miss Nina Ayala
420 E. 64th St.
(E 3J)
New York 21, N. Y.
[Escrito a mano:] La máquina es buena,
pero la mecanógrafa, mala. Señal de los tiempos. Peor es mi letra.