Carta de Francisco Ayala a Ángel del Río (03/02/1958)
Nueva York, 3 de febrero de 1958.
Querido Angel:
Vuelvo a escribirle, según me recomienda, para que reciba
una oleada de aire fresco (y no está poco helado el que hoy tenemos), desde
esta tierra que hoy respira, satisfecha de poseer su planetita artificial. Y lo
primero, quiero darles a ustedes la noticia, que a lo mejor ya saben por
Carmencita, de que nuestra hija ha resuelto seguir la misma senda, y va a
casarse dentro de pocas semanas. Nosotros estamos muy contentos, no sólo por
que ella lo está, sino también por las condiciones del muchacho, que nos
parecen excelentes.
Por lo demás, esto ha venido a alterar nuestros planes
inmediatos, que consistian en un viaje a Sudamérica. Hasta que sea la boda ya
no hemos de movernos de aquí, como es natural; y después, no sé si quedará
mucho tiempo para viajes, pues he aceptado ir a Middlebury, como supongo que
usted ya sabe.
Por supuesto, ya se nos había ocurrido, en consulta con los
amigos, que un buen puesto para mis propósitos sería Yale; y el mismo
inconveniente, o circunstancia, que usted llama por su nombre, es lo que tapona
ahí. Personlamente [sic], tengo
buenas relaciones con él; pero según me dice Peyre, tanto Arrom como el
chairman tienen cierto temor a la presencia de un bípedo en su ambiente. De
cualquier modo, no está excluido. Pero he aquí que en Rutgers, cuyo
emplazamiento geográfico es ideal para mí, no pudiendo ser Nueva York mismo,
están interesados y parece que van a proponerme: sólo esperan la hora de
aprobarse el presupuesto, pues han de crear la plaza de full professor que me
ofrezcan; pero parece que las perspectivas son bastante firmes. El único que,
según me dicen, sería algo “reluctante” es el viejo Charles Stevens. Si usted
tiene relaciones con él, no estaría demás que le pusiera unas lineas diciéndole
que sabe está en consideración la idea de incorporarme ahí, y lo que se le
ocurra a usted en apoyo de la misma. En cuanto a Princeton, quisieran que me
quedara; y si hubiera en el departamento alguien con iniciativa e imaginación,
buscarían la manera; pues el problema es que son pocos los alumnos para tantos
profesores. Pero de todas maneras, y a la expectativa de que las cosas se
consoliden más tarde, me dicen que me invitarán para el año próximo, si estoy
disponible: es decir, si no he hecho un arreglo permanente en otro sitio. De
modo que sabe como están las cosas, en lo que a eso se refiere.
En Puerto Rico, la posición de Benítez parece
definitivamente consolidada; pero la verdad es que sólo me escribe para pedirme
algún favor u opinión; nadie se molesta en enviarme las cosas, ni siquiera las
publicaciones de mi oficina; así es que sé –por un anuncio del N.Y. Times– que salió el número de La Torre dedicado a J.R.J.; pero no me
ha llegado todavía; y la palabra “todavía” le indicará a usted que no dejo de
ser un optimista. Allí nadie escribe, sino versos; toda la actividad se escapa
por la boca, por la pluma o por la bragueta; y eso, cuando hay alguna
actividad. Lo cual, lo dicho sea entre paréntesis, no está nada mal, hay que
reconocerlo.
Yo también creo que el Premio Nobel puede muy bien darnos un
día la news de segundas nupcias, envidioso del prestigio ganado por la otra
gloria nacional. Después de todo, para lo que le cuesta, ¿por qué no? Él ni
siquiera toca el violoncelo, de modo que para largar al aire místicos
suspirillos de monja y tener quien le zurza los calcetines y le prepare las
ingentes moles de comida que líricamente consume, bien puede considerar que
París bien vale un sacramento del santo matrimonio. No en vano la palabra
mejicana chingar, como el correspondiente verbo español castizo, poseen dos
acepciones, de las cuales la directa compite desventajosamente con la figurada;
y a ésta se atiene con encarnizamiento nuestro delicado vate de Moguer (sin
Palos).
A propósito del sentido figurado de ese verbo: don Américo
partió, breves días ha, cargado de fichas y libros, hacia Houston. A causa de
tan erudita carga, hizo el viaje en tren; y como el tren que le convenía no
tenía parada en Princeton obligó a un joven profesor y antiguo discípulo suyo a
realizar gestiones para obtener de la compañía que se detuviera el convoy.
Gestiones, por lo demás, infructuosas, pues la vividura norteamericana impide
comprender a los encargados del servicio cuan señalado honor sería para la
empresa rendirle tal acatamiento. Total, tracatá, a tomar el tren a Trenton...
Lloréns llegó, tan animado, después de su viaje: he pasado
con él cinco dias, y ha sido un gusto recoger así, despacio, las impresiones y
opiniones recibidas durante esa experiencia, tanto más viva por haberse
cumplido tras los años de casi esclavitud en que su bondad lo tuvo. Las
impresiones que usted me da sucintamente acerca de España, él las ha confirmado
y extendido, explayándose debidamente.
Bueno, termino. Déle a Amelia nuestros cariñosos saludos, y
reciba un abrazo muy cordial de
Francisco
Ayala.-
420 E. 64th
Street (Apt. E. 3j)
NEW YORK, 21, N.Y.
[Escrito a mano:] Perdone una carta tan mal escrita, y rómpala
enseguida.