Carta de Francisco Ayala a José Bianco (26/10/1945)
Rio de Janeiro, 26 de octubre de 1945.
Sr. José Bianco.
BUENOS AIRES.
Mi querido amigo: Le agradeceré muy cordialmente tenga la
bondad de publicar en Sur esas pocas
líneas que van agregadas a esta carta. Creo que no debo dejar sin respuesta la
insolencia del sujeto a que se refieren, cuyo artículo es reflejo de una
actitud fascista que se tranquiliza bajo otras etiquetas, y cuya rabia declara
el placer con que elementos tales forzarían el acatamiento de quien no se
somete a su punto de vista. –El tono de mi respuesta tampoco podría ser otro, dada la índole del ataque.
Saludos afectuosos, y un abrazo de su buen amigo.
En una revista aparecida en Buenos Aires, Latitud, dedica el señor M.B. a mi libro
Razón del mundo un comentario que me
veo en el caso de recoger. Lamentaría dar con ello la sensación de que no puedo
soportar una crítica adversa, aunque el tono injurioso de esa la hace, en
verdad, intolerable. Y, desde luego, no me hubiera decido [sic] a solicitar para estas lineas la hospitalidad de Sur si no creyera que el caso tiene algo
de ejemplar en relación con el debatido tema de la responsabilidad de los
intelectuales.
Don M.B. ha interpretado mi libro como “la voz del
acatamiento, disfrazado de purismo y neutralidad”. Cualquiera que lo haya leido
reconocerá, sin embargo, la falacia de esa interpretación, pues que su
significado es directamente el opuesto. Falso resulta asimismo el dilema en
cuyos términos, a falta de mejor encierro, pretende encerrarme don M.B. (lógico
infeliz) con intención denigratoria; falso, digo, porque es muy posible, en
efecto, ser a la vez deshonesto y tonto, como el propio articulejo viene a
demostrar con el ejemplo de su autor: deshonestidad es el aliñar como lo hace
mis tesis en una ensaladilla de frases literales, entrecomilladas para prestar
leguleyo disfraz de autenticidad a un sentido contrahecho; tontería, ofrecer
las iniciales de su nombre a la evidencia que algunos otros resentidos han
sabido rehuir refugiados en la murmuración, por no delatarse de rastacueros.
Y luego, todo ese amasijo de disparates: la grotesca
imputación de nazismo hecha a la filosofía alemana y, de rechazo, a quienes la
difunden –aún tratándose de hombres que por respeto de sí mismos y de las
causas justas por las que luchan se nieguen a amonedar tales experiencias para
la facil cotización de los partidos–; la transitada necedad de que “el deber supremo del intelectual como tal” sea “poner su inteligencia al
servicio de causas justas” –como si ese no fuera mas bien el deber común de
todo ciudadano–; y, en fin, las restantes inepcias, concentradas e impávidas,
que, entre hilos de bilis, contiene el comentario, demuestran, creo, que mi
libro ha cumplido su función social, punzando enconos todavía un año después de
su publicación, y soliviantando bien avenidos confusionismos.
Francisco Ayala.